Huir.

Fue entonces cuando la vi romperse. Sus ojos se llenaron de lágrimas y parecían los de un mapache asustado. Pero ya no me daba lástima. Sabía actuar, y todos sus trofeos avalaban mi teoría. Yo fui uno de ellos en su vitrina.


Me intentaba decir que ya no sería feliz. Que lo fue un día, pero que ya no se acordaba de la fecha, ni el motivo. Yo realmente no sabía qué decirle. No me salía consolarla, y no me atrevía a irme. Así que dije lo más estúpido que me vino a la mente: luego salen unas bolsas y unas arrugas horribles en los ojos. Sonrió.

Entonces mi conciencia ya tenía licencia para huir. La dejaba sonriendo. Me levanté rápido e intenté no mirarla. Intentó detenerme hablando de amistad. Me hubiera gustado explicarle en qué consiste un amigo. Pero no creo que lo hubiera entendido. Así que cerré la puerta y con ello di portazo a todo lo que me unía ella.



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Celia Munera Pérez ©. Con la tecnología de Blogger.