Troya.

Ardió Troya y el fuego no nos quemó. Jugábamos a buscarnos cuando hacía frío, y a esquivarnos si veíamos que nos quemábamos. Así empezó una guerra que acabaría en victoria compartida, en besos con sabor a adicción, en lágrimas que mojaban con alegría. Y no me daba miedo.

Era mayor la tentación que mi juicio. 

No quería cruzar los dedos, pero quería que aquello fuera lo que yo había dibujado a lápiz en mi cabeza, que por primera vez, un sueño me pillara despierta. 

Y es así cómo jugamos a ganar, como perdimos el norte y descubrimos el sur. Yo empecé a regalarte palabras y tú sonrisas. Conseguimos equilibrar la balanza haciéndonos cosquillas, riéndonos del mundo a espaldas del miedo. Porque aquel 26, cuando dijimos te quiero, el miedo había perdido la guerra y Troya quería arder eternamente.



Leave a Reply

Celia Munera Pérez ©. Con la tecnología de Blogger.