He dejado de contar los días que no hablamos, porque acabaría empezando la cuenta otra vez cada dos o tres. Y crees que no te busco porque no me acuerdo de ti, porque te estoy olvidando y el corazón se me escurre del pecho. Pero no es así.

Sigo pensando cada noche que mi almohada no será perfecta hasta que no adquiera tu forma, y sé que es inútil imaginarte aquí al lado. Me da pánico estirar el brazo por las noches y no encontrarte, porque siempre que lo he hecho te he encontrado de alguna manera. No sé a qué estoy jugando pero me niego a no tirar otra vez los dados. Aunque salga tres veces el seis y me penalicen como en el parchís. Qué más da la pena si lleva tu nombre. Se vuelve algo más tangible, y yo solo he necesitado algo a lo que aferrarme cuando siento que estoy cayendo.
Y cayendo,
y cayendo.
Y nunca llego al suelo.

Llevo meses cayendo.

Sabía que estaba en lo más alto cuando te cogí la mano, y muchas veces, en el aire, siento que todavía puedo rozar tus dedos y volverme a coger. Pero no la encuentro.

Has hecho tantos milagros en estas ruinas, que hasta podrían declararlas Patrimonio de la Humanidad. Al fin y al cabo conseguí que alguien las amara. No es fácil echar raíces en algo muerto y tú lo hiciste. Empezaste a enredarte en mis escombros y lo que era un terreno perdido, se convirtió en paisaje. 

No sé en qué momento te deshojé, pero sé que el último de tus pétalos tiene un sí. Ojalá consiga arrancarlo yo.

Mírame. Sigo jugándome la cara y los huesos, cuando últimamente solo sale cruz. Y no he matado a la esperanza porque todavía late, y enterrar algo vivo es asesinarlo. Siempre he sido partidaria de dar vida, de conservarla, de ser enfermera de profesión y de alma. Y no me he dedicado a otra cosa porque creo que no valgo.

Escribo porque es mi menor defecto, y quiero potenciarlo.



Leave a Reply

Celia Munera Pérez ©. Con la tecnología de Blogger.